Llevo con este Hanami en los borradores desde hace semanas. Quería hablar de los lugares a los que vas cuando necesitas cobijo, de esos sitios seguros a los que regresa tu mente cuando necesita un poco protección.
En este mundo, a veces tan inestable, necesitamos un lugar al que volver. Nuestra casa —desgraciadamente, no para todas— es nuestro fuerte, nuestro castillo, una abriguito en invierno y una sombra en verano, un territorio a nuestra merced. Nada puede pasar ahí (o eso necesitamos creer). Si tienes un día malo, estás deseando girar la llave para olvidar todo lo que pasa fuera.
Pero más allá de eso, cuando la cosa se pone seria, cuando necesitas aún más cobijo y tu cabeza pide deseos, yo siempre ansío retroceder en el tiempo y recuperar esa sensación que a veces parece exclusiva de nuestra infancia.
En mi caso, mi lugar seguro son todos mis recuerdos de pequeña. Ese diminuto ejército de tres que formaba mi hogar en Canarias, esa torre llena de primos, tías abuelos y demás familia que conquistaba una torre de Montserrat cada verano.
Agarrada al collar de mi madre
Al olor de su cuello
Al refugio de los cuentos de mi padre
Para el frío del invierno
Los colchones de cachitos de lana
Que se hundían en el centro
Terminando todos juntos en la cama
En las noches que hubo miedo
La luz siempre encendida de madrugada en la cocina
Las manos llenas de harina
Y curaban las heridas de mis labios
Con aceite de olivaYo quiero volver al cuándo
No quiero volver al dónde
Yo no quiero volver aquí
Yo quiero volver a entonces—Rozalén
El otro día fui a ver por primera vez un concierto de Rozalén y —juro que no me ciega la pasión de amiga— aquello fue una cosa mágica. Parecía que todo el mundo sentía igual: lloraba a la vez, bailaba a la vez, contenía la respiración al mismo tiempo; todos respirábamos con ella.
Y yo solo quería dejar este vídeo por aquí por si a alguien se le olvida cómo volver a los lugares seguros.
Estoy blandita.
Os quiero mucho.
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