Cada vez que termino un Hanami tengo la sensación de que no voy a poder escribir otro. Al menos, no con la misma intensidad. A pesar de estar todo lo contenida que puedo, porque para cosas intensas ya están mis libros y porque no quiero que mi madre me mande un mensaje cada domingo preguntándome si estoy bien, siempre acaba siendo —de una forma u otra— algo catártico. Y no lo digo con orgullo. Ojalá ser capaz de escribir como otra gente sobre cosas que no están en mi interior. Exponerme cada semana, por mucho que aquí me hagáis sentir tan a salvo, es agotador. Sé que soy yo la que se pone ahí y la que se exige rascar cada vez un poco más, pero habrá veces en las que no sea capaz o en las que prefiera no hacerlo. Solo quería que lo supierais.
Dicho esto, es tan bonito todo lo que pasa después de los Hanamis: los mensajes que recibo, los comentarios, las historias que me contáis… Sé que la mejor parte de ponerse ahí es que haya gente que se vea reflejada, que no se sienta extraña ni sola. Eso es lo que le da sentido a la aventura de mirar hacia dentro y compartirlo con el resto. Pienso que si todo el mundo lo hiciera, si mostráramos lo que sentimos y lo que tememos, nuestras inseguridades y nuestras certezas, la mayor parte de nuestros miedos desaparecerían. De alguna manera nos sentiríamos entendidos y acompañados, formaríamos parte de algo.
Nos hemos pasado la vida escondiendo lo que se supone que está mal, los cuerpos y emociones que alguien decidió colocar en el lado malo de la balanza, lo que nos convertía en «débiles». Durante años he tenido dudas que he escondido porque estaba convencida de que solo me ocurrían a mí. No las encontraba en ningún otro lugar, programa, libro, conversación, foto o confesión. Tal vez en algún pequeño oasis de sinceridad perdida en mitad de algún desierto, pero no en el día a día, no en la vida real, ni mucho menos en las redes sociales.
Entenderse para poder entender al resto.
Entenderse gracias a los demás.
Tal vez ahí está la salvación.
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Algo para leer
Hice esta foto anoche, mientras leía a Vilariño. Es una bendición encontrarme en textos de mujeres que vivieron intensamente.
Algo bello
Tengo una carpeta en la que guardo todas las cosas bellas que voy encontrando. Hoy he rescatado estos Pañuelos para llorar que me han devuelto las ganas de bordar (he bordado una vez en mi vida, Hulio). Son de Pilar Albarracín. ¿A que son una maravilla?
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