Un año normal, uno tranquilo después de todo lo vivido: eso leo que pide la gente. Eso queremos, supongo. Luego pienso en la última vez que tuve uno de esos, un año tranquilo; no soy capaz de recordarlo. Mi última década ha estado llena de cambios, complicaciones y pérdidas. También de retos, aprendizajes y vueltas a la casilla de salida. No me quejo, sólo lo cuento.
Que la vida es fácil, que somos nosotros los que la complicamos, dicen. Perdónenme, pero no. Al menos, no siempre. La vida tiene sus reglas, latido propio, un PUM PUM que lo tambalea todo, maldita sea. Nosotros —lo que pasa— es que hacemos lo que podemos con lo que nos llega. Y eso está bien, eso se nos da bien.
A veces conseguimos que sea cómoda, más o menos estable. A veces creemos tenerla bajo control, volverla rutinaria. Eso nos da calma, que no siempre quiere decir felicidad. Tengo bastante claro que la paz tiene mucho que ver con los sitios a los que quiero llegar, con esas pildoritas de alegría que vamos buscando, con el grito de «casa» cuando ya nadie te puede pillar, con los sitios seguros.
Por otro lado, me pregunto si no habremos idealizado esa sensación de embalse. Pienso en ello y no creo haberme sentido más viva que cuando empecé a cuestionarme las cosas, a ponerme a prueba, a arreglar lo que no iba bien, aunque lo que no fuera bien estuviera dentro de mí. Y esa tormenta constante es agotadora. Pero te llena. Te hace convertirte en algo más que un boceto.
Yo qué sé, tengo resaca, no sé ni lo que digo. El caso es que anoche hicimos un fuego fuera para despedir en año: comida, bebida, bailes, historias y dos papeles. En uno debíamos escribir lo que queríamos dejar atrás de este año vivido; en el otro, lo que queremos conseguir en el que acaba de entrar. El primero lo quemamos en la hoguera, el segundo lo tenemos que guardar hasta lograr la meta.
No es nada nuevo lo de quemar «lo malo». Lo que me sorprende de todo esto es nuestra capacidad de esperanza. Es maravillosa. Hoy es 1 de enero y a pesar de saber lo poco que cambian las cosas después de las uvas (que no he comido este año), sigo teniendo —además de resaca— esa sensación increíble de cuaderno nuevo. Incluso ahora que estoy tirada en el sofá con la energía justita para terminar el día, siento que cualquier cosa puede pasar próximamente. Y de ahí no me sacas, por mucho que el mundo se empeñe en decirme lo contrario.
Justo antes de venir a Nueva York tuve unas semanas un poco descontroladas en las que parecía que se me desmontaba todo lo que había ido construyendo. Tanto, que me puse a buscar en internet cómo se quita el mal de ojo por si acaso existe alguna de esas cosas en las que nunca he conseguido llegar a creer. El caso es que ese desbarajuste ha hecho que mi vida vaya a cambiar un poco este año. Me da miedo pensar que meter cosas en cajas haga que nada vuelva a ser igual, no me gustaría tener que reinventarme otra vez. Sé que podría hacerlo, pero me encanta donde estoy. Quién sabe, tal vez sea hora de volver a empezar. Por el momento nadie tira la toalla por aquí que acabo de rellenar un papelito junto a una hoguera increíble.
En este Hanami no toca canción, ni libro ni nada, pero os quiero mucho.
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Feliz año nuevo, Beniters. Sois los mejores 🖤.
Pat
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Yo hice algo parecido escribí en papelitos ls nombres de las personas que quiero que dejen de hacerme daño y los queme. Hice otra lista con las personas que quiero que sigan en vida y la guardé. Lo mejor es que queme muy pocos papelitos y mi lista de personas era larguísima, eso ya me hizo sentirme fuerte u esperanzada. Gracias siempre por tus textos, son luz. ❤
Ya lo dice Sabina: “ y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido..” pero en ese ir, en ese dejarse llevar, de vez en cuando apetece tb ser el conductor-a. Al fin y al cabo cada año nuevo, es una página en blanco.