Hoy, por alguna razón, estoy flojita. Tal vez la razón sea la regla, tal vez un mail que he recibido, tal vez estar cansada de encontrarme perdida, seguramente estar cansada de lo incierto. Hay días en los que me parece especialmente agotador tener que estar siempre intentando sobrevivir. No me refiero a sobrevivir como capacidad de respirar, sino como pelea constante por no caer: ni en el olvido, ni en números rojos ni en el conformismo.
Trato de buscar vídeos en los que alguien extremadamente exitoso me diga que lo último que hay que hacer es rendirse, pero ahora no encuentro ninguno. Intento recordar si yo alguna vez he dicho alguna barbaridad así en una entrevista y me prometo no hacerlo nunca. Hay que dejar que la gente se caiga sin sentirse culpable, maldita sea.
Mientras analizo bien mi necesidad de empujón, pienso en la cantidad de gente que ni siquiera llegó a acercarse a su meta y, por lo que sea, los intuyo felices. Será porque ahora me parece una carga muy grande tener un amago de sueños y me libera pensar que hay alguien que vive sin ellos, sin la obligación de llegar a ningún lado.
Noto que estoy de mal humor porque me da rabia que a la gente le vaya bien. Nunca me pasa, soy de esas personas a las que le alegran los logros ajeno. Es más, suelo hacer lo que esté en mi mano para que eso pase, pero hoy esa gente no me cae bien. No quiero mirar cómo todo el mundo va dando pasos enormes mientras yo me siento como una niña chiquita a la que las olas no la dejan llegar nunca a la orilla. Qué movida cuando te arrastra la marea, ¿eh?
Se me pone un nudillo en la garganta mientras escribo esto, porque sé que si no llego a más, es porque no hago más. Y entonces llega la culpa que, así a ojo, es la peor sensación que yo recuerdo. Si no estoy muy errada —que hoy todo puede ser—, diría que baso mi vida en esquivar ese sentimiento. No la pena, no la rabia, no el miedo, no las dudas; sí la culpa.
Toda esta carta es para deciros que la semana pasada paré la suscripción de pago hasta nuevo aviso porque llevaba unos días delante de la pantalla en blanco sin ser capaz de escribir un Hanami. Y qué se yo, me parece lo justo.
Estaba ya finiquitando este Hanami cuando, en un momento de procrastinación, me he cruzado con esta foto de un libro de Milena Busquets y pienso que nada explica mejor por qué voy a darle un tiempo a este rincón.
Estos días estoy en una casa preciosa de pueblito preparando el recital del día 22 en Barcelona y otro proyecto que tengo en mente —a pesar de lo dicho en esta carta, sigo intentándolo— y quiero concentrarme mucho en lo que viene. Os iré escribiendo, aunque sean cartitas pequeñas. Gracias por formar parte de Hanami (ya somos más de 9000 seres bellos) y muchas muchas gracias a los que me cuidáis desde Hanami VIP, os quiero infinito. Veníos todos al recital y así nos conocemos :)
Un beso enorme, amics.
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No se qué será pero estamos todas un poco igual. ❤️
Gracias, gracias, gracias, por este texto, por la honestidad, por la vulnerabilidad y por poner palabras a algo que a mi también me atraviesa. Un abrazo grande.