Siempre hago una foto del número de habitación en el que me quedo para acordarme cuando quiero escribir sobre lo que ha pasado en ese día. No soy capaz de mentir ni si quiera en eso; otro número de habitación cambiaría el relato, lo haría irreal. Es posible que nunca pueda hacer un libro de ficción justo por esta razón, aunque reconozco que es lo único que me apetece: escribir sobre cosas que poco o nada tienen que ver conmigo, convertirme en otra persona, alejarme de los sentimientos, contar historias que no me rasquen por dentro, alejarme.
Alejarme… alejarme… alejarme.
Visionar la película desde el butacón de un cine antiguo, rodeada de palomitas, gominolas, refrescos aguados y el teléfono en modo avión.
Según escribo esto, abro otra pestaña en el navegador y miro las sesiones de cine que hay hoy en mi ciudad: Radical, Tratamos demasiado bien a las mujeres, La estrella azul, Los pequeños amores. Cualquiera de ellas me sirve. Siempre que miro la cartelera me pregunto por qué no hay sesiones por la mañana. Yo sería feliz yendo al cine por la mañana. Sé la respuesta de por qué no pasan películas a estas horas, pero no me importa que tengan una razón de peso, yo quiero ir al cine después de desayunar o a la hora del vermú, para más tarde tomarme un café en una terraza y echarme la siesta en casa.
Últimamente me enfado con el mundo por razones estúpidas porque enfadarme por lo que realmente sucede fuera de la sala 7 de cualquier cine o de la habitación 306 de este hostal horrible, me frustra demasiado. Mi cabeza no es capaz de asimilar la maldad y se bloquea; mi cuerpo la acompaña arrastrándose por las esquinas. Por eso me centro en ponerme furiosa por nimiedades que, de alguna forma, soy capaz de entender.
Con el cine y con las habitaciones pasa un poco lo mismo: tu vida deja de ser tu vida por un rato. Tu casa es otra, tu historia es otra, tú dejas de ser importante. Te conviertes —durante 120 minutos o durante una noche— en otra persona y todo puede suceder, ya sea en la pantalla o en en el lugar que te acoja ese día.
Tal vez no a todo el mundo le parezca apetecible esa sensación de que dejas de ser la protagonista que ya conoces, en una vida que ya has creado, pero para mí es realmente divertido y salvador.
Aunque te diré que si me tengo que quedar con una cosa importante de todo esto, lo que verdaderamente aprendí del cine y de las noches fuera de casa es que el mundo puede esperar. El mundo siempre puede esperarte un rato.
Leo el titular de una entrevista a Ambika Mod, la actriz de la serie One Day: “Si no será importante en una semana, un mes o un año, déjalo ir”. Me sorprendo de que me salga esta frase justo ahora que estoy hablando de liberar el peso y la presión —aunque no lo parezca, de eso va esta carta— y pienso en todas las cosas que me han preocupado y que ahora no sabría ni enumerar. También pienso en que eso lo aprendí hace mucho tiempo y me hace sentir bien darme cuenta de que me voy convirtiendo en una persona más sabia. A veces parece que no avanzas, pero lo cierto es que siempre lo haces. Esto es otra cosa que descubrí hace tiempo: los pasitos pequeños también son pasitos, y todos nos llevan a algún lugar.
Gracias por leerme.
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P.D. Hablando de pasitos, os recuerdo que el día 22 de abril estaré en el Teatre Romea de Barcelona dando el que posiblemente sea el único recital que yo haga. Esta semana estaré eligiendo con las chicas los poemas que recitaré, pero Ya ni cerramos los ojos estará seguro. Este evento es importantísimo para mí y quiero dar las gracias a las 100 personitas que ya se han hecho con su entrada. Infinitamente agradecida por sentirme acompañada ese día.
Gracias
Me ha encantado